Se acercó,
tomó su mano y depositó en ella la copa. Ella le agradeció y dio un sorbo. Era
un vino dulce y aromático, muy rico. Miguel tarareó una melodía sin darse
cuenta, se le había ocurrido en la mañana de ese día y no había dejado de
resonar en los ecos de su inconsciente. Ella le preguntó por esa melodía, él
sonrió y se sentó al piano. Canturreó la melodía una vez más para analizarla
brevemente y cuando encontró la tonalidad empezó a improvisarla sobre las
teclas. A la muchacha le gustó la bebida, le gustó la noche, le gustó la
melodía y le encantó él.
Mientras tocaba
su melodía y trataba de desarrollar su armonía mientras la interpretaba, su
concentración se enfocó en su oído y en los sonidos con los que el piano resonaba
en la acústica del ambiente. Quizás fue eso lo que produjo que su alma quede
desprotegida y vulnerable ante la sorpresiva y melosa voz de Micaela, que como
sirena en alta mar comenzó a cantar retomando el motivo melódico que Miguel tímidamente
intentaba componer en ese momento. Pocas veces dos personas pudieron conectar
tan sistemáticamente como ellos lo habían hecho con esa improvisación, quizás
porque los sentimientos son abstractos y eso hace que ponerlos en palabras sea
tan difícil o como mínimo, inexacto. Las palabras pueden, con su mejor esfuerzo,
tan solo llegar a una aproximación de lo experimentado, de lo sentido, de lo
percibido y de su repercusión. La música es el lenguaje sin palabras, es la comunicación
de sentimientos directos, una melodía puede llenar el corazón de una alegría inusitada
e inexplicable y espontánea como así también puede empañar los ojos y
desencadenar un desborde de lágrimas imprevisto e incontenible. Miguel la
acompañó con el piano unos compases hasta que su atención se desvió por
completo a ella. Fue ese momento donde todo se vuelve secundario e irrelevante,
y hasta el mundo pareciera irrespetuoso por seguir girando como siempre. Cada
nota que cantaba Micaela contenía en sí misma la ilusión de una vida que solo
puede mejorar, pero también el arrastre de la tristeza de una vida difícil y
costosa. ¡Quien pudiera cantar su sentir con esa sensibilidad sin sufrir el
colapso de tanta pasión contradictoria!
Cuando
Micaela interpretó las últimas notas de esa improvisada balada con esa dulzura nostálgica
de un presente indefinido, Miguel se levantó de su asiento, la tomó suavemente
de la mano y la besó tiernamente en los labios mientras acariciaba su cuello.
-Quiero que entres
a mi mundo por completo-dijo Micaela- Quiero que sientas la vida como yo la
siento. Apagá la luz por favor…
Y no
volvieron a encender las luces en toda la noche.