28 noviembre, 2009

Las llaves del Infierno


Sumido en lágrimas, vacío de palabras pensadas por decir y creído de que nada mas quedaba por intentar, finalmente le pidió a Leyna que le abriera las puertas de su corazón. Ella, por su parte, perturbada de miedos que nunca fueron visibles para el muchacho, intentó una mueca triste que terminó siendo una leve sonrisa esperanzadora y con mucha ternura. A modo de respuesta, ella depositó en sus manos las llaves del infierno, se acercó a su oído y le susurró con cierta preocupación: "¿Estás seguro de lo que estás pidiendo?". A lo que él contestó -"Es lo que siempre soñé, pero la seguridad nunca fue mi motivación. Lo que me embruja es el riesgo..." y le sonrió burlonamente dejando en evidencia la confianza que siempre se tuvo a si mismo. Besó dulcemente los labios de Leyna y caminó hacia el gran portal que se encontraba detrás de ellos. Con pulso templado en autoconfianza giró la llave, hundió el picaporte y empujó el gran portal sin saber lo que adentro le estaba esperando.
Entró y nada fue visible, la espesa oscuridad nebulosa que abundaba en ese lugar era abrumadora. Confió en sus instintos y empezó a caminar lentamente sin saber bien a donde se dirigía. Daba pasos cuidadosos cuando escuchó que alguien estaba llorando, miró en dirección de donde parecían provenir los sollozos y vio a lo lejos a una nena sentada en el piso, abrazando sus rodillas y escondiendo su cabeza por debajo de sus brazos. Se acercó cautelosamente para no asustarla, y cuando estuvo a su lado acarició muy suave la negra y abundante cabellera de la niña. Pareció despertar al sentir la caricia del joven, hasta daba la impresión de que solo en ese momento se percataba de la existencia de otra persona en la cercanía.
-¿Estás bien preciosa?-Le preguntó.
A lo que la pequeña respondió moviendo levemente su cabeza de un lado al otro.
-¿No estás bien?
-No, no soy preciosa...- contestó con sus ojitos llorosos.
-¿Quien te dijo eso? De seguro quería molestarte, lo dijo para hacerte enojar...
-Todos lo dicen-respondió el infante mientras restregaba sus ojos con su bracito para secar las lágrimas.
-Pero las personas dicen cosas que no son ciertas, a veces los grandes mienten...
-Los grandes son malos... (Replicó la nena)
-Los grandes son crueles... (Corrigió el muchacho)... ¿Que te gustaría ser cuando seas grande?
-Bailarina, pero todos dicen que nunca lo voy a lograr...
-Quizás debas escuchar un poco menos a los grandes, ¿sabes? Mirá, vamos a hacer una cosa. Cerrá los ojitos y tratá de imaginarte a vos misma cuando seas grande. Imaginate que tenes un vestido re lindo y hay muchas chicas que te ven bailando y desean ser tan buenas como vos... ... ¿lo podes ver?
-¡SÍ!!! ¡Lo veo!!!-dijo la niña esbozando una sonrisa de felicidad que contrastaba con sus mejillas húmedas y sonrojadas.
-Mientras lo sueñes posible, siempre será posible. Nunca olvides eso, ¿si?
La niña se puso de pie, con sus cortitos y acogedores bracitos le dio un abrazo y un dulce beso en la mejilla y se fue salticando mientras cantaba alegremente.
El muchacho se puso de pie y siguió su camino. La niebla se fue dispersando conforme a sus pasos avanzaban y un pasillo se hizo visible ante su confundida vista. Su instinto le condujo al interior de ese corredizo en el cual finalizaba con una escalera. Al finalizar la escalera se encontraba un cuarto de madera, en el cual solo había una cama grande, con sabanas de seda blancas y un perchero de pie donde poder colgar la ropa. El caballero se quitó su saco y se sentó sobre la suave y prolijamente armada cama. Examinaba el cuarto con su vista cuando sintió dos manos que muy suavemente recorrían su espalda, fue único e inexplicable el placer que esas manos le entregaron tan solo al primer contacto. Lleno de curiosidad, giró para ver quien era la ejecutante de ese sensual masaje y se encontró con las más sexy de todas las mujeres.
Una exuberante morocha de cuerpo escultural y armónico que poseía en sus ojos negros la mirada más excitante y libidinosa que haya visto en su vida. Su sola presencia le provocaba agitación y el olor de su piel era un perfume afrodisíaco para su sentidos. La miró fijamente a los ojos, a sus hermosos y misteriosos ojos negros, y tuvo el presentimiento de haberla visto antes, de conocerla quizás, de otra vida.
Su pelo negro caía majestuosamente sobre sus pechos cubriendo su brasier, su rostro apacible de fantasías referidas, sus manos suaves y calidas que encendían su deseo con solo tocar. Ella se acercó sin hablar y desgarró su ropaje. Él, lentamente y susurrándole al oído, la desvistió con una calma que lograba que ella temblara mientras mantenía sus ojos cerrados. Recorrió cada parte de su cuerpo, sintió el sabor de su piel, respiro el perfume de su pelo y su unió en uno con su cuerpo. Sin privaciones, y hasta donde los limites del placer no llegaran, ellos fueron capaces de conquistar.
Tan única fue esa unión, que al despertar solo en la cama el muchacho pensó que todo había sido un sueño, pero supo que no lo fue al encontrar a su lado, sobre la almohada de ella, una rosa beige que había dejado para el como muestra de agradecimiento.
Calzó sus ropas en su cuerpo y se fue, con el recuerdo físico de su piel, el beso en la boca de sus labios, y ese aroma tan particular que destila su piel, ese aroma que lo acompañará por el resto de su vida.
Siguió caminando hasta llegar a un jardín, pero era un jardín muy particular. Era un vasto terreno lleno de flores cortadas, hermosos tallos, hermosas hojas, pero ninguna flor. En ese extenso jardín de flores ausentes se hallaba una mujer de larga cabellera negra, atada y con una mirada triste. Tenía un lunar cerca de su ojo izquierdo y aparentaba unos 32-34 años. El muchacho se acercó a la mujer, que se encontraba regando las plantas y le preguntó:
- Disculpe Señora, ¿sabe donde puedo encontrar la salida?
- ¿La salida de donde buen hombre?
- He recorrido un largo camino para atravesar este lugar y llegar a la mujer que amo. Necesito encontrar una puerta. ¡Mire! Aquí mismo tengo las llaves…
- Creo saber de lo que está hablando, pero temo informarle que esa puerta ha sido clausurada.
- ¡No puede ser posible!!! ¡Antes de entrar me dieron estas llaves!!!
- Sí, pero el último que pasó por acá hizo tal destrozo y provocó tanto daño que las flores decidieron no brotar nunca mas, tan solo siguen creciendo tallos con espinas.
- Pero no entiendo… ¿a el también le dieron las llaves?
- No. Antes no eran necesarias las puertas, no habían pruebas de ingreso. Tan solo se les marcaba el camino. No pierda su tiempo joven, dese la vuelta y vuelva por donde vino…
El confundido caballero quedose mirando a la mujer en silencio. Notó que su lunar era una materialización del llanto que en su vida había derramado. Ese llanto que no tiene límites, ese eterno caudal. Aunque el aspecto de aquella dama era tranquilo y apacible, podía notar que la mujer se ponía nerviosa ante su presencia.
- Discúlpeme, pero… … ¿como dijo que se llamaba?
La mujer, estando de espaldas le contestó:
- No se lo he dicho.
Luego se dio la vuelta, y con una sonrisa y una mirada cálida le respondió:
- Amancai, mi nombre es Amancai…
- Me llamo Ristan, disculpe la intromisión, pero ¿hace mucho que cuida estas flores?
- Desde que nací. Solían gustarme los jardines coloridos y abundantes, pero luego dejaron de agradarme y los abandoné. Ahora que solo son tallos, he vuelto a cuidarlos.
- ¿Podría mostrarme donde está esa puerta clausurada, por favor?
- Desde luego, sígame…
La hermosa doncella giró y encaminó sus pasos por un camino que iba hacia el lugar más inhóspito del jardín. Había una gran enredadera que tapaba todo, iba más allá de lo visible. Amancay corrió la enredadera con ambas manos y dejó descubierta una gran puerta de metal que permanecía oculta por las plantas. Se podía ver un pasador grandote y grueso con un ancho candado cuyo agujero para la llave estaba tapado con una placa metálica. Luego había una cadena atando los picaportes y sujetándolas estaba otro gran candado tapado con placa de metal.
Ristan comprendió que esa puerta no seria abierta nunca más. Salvo que…

- Disculpe mi curiosidad, pero… … ¿es usted casada?
- Que extraño… la verdad no lo recuerdo… cuando trato de recordar a mi esposo su rostro aparece blanco…
- Y… …dígame… … ¿tiene hijos?
- Si.-Respondió la mujer con plena seguridad- Tengo dos, una nena y un nene…
- ¿Cómo se llama la nena?
- Ariadna. ¿Por qué? ¿A que vienen estas preguntas?
- Nada, nada… …he recorrido un largo y agotador camino, ¿seria tan amable de darme un vaso de agua antes de desandar mi camino?
- Claro, como no, venga conmigo…
- Está bien, aquí la espero…

El muchacho se acercó a la enredadera y con mucho esfuerzo corrió la planta, puso su mano sobre las placas metálicas y confirmó lo que sospechaba. No existían. Era una ilusión que amancay hizo para que a sus ojos pareciera totalmente cerrada. Pero si desoía sus palabras y se acercaba lo suficiente podía ver que no estaba cerrada y que de cierto modo, ansiaba alguien que de verdad pudiera atravesarla.
Ristan agarró con firmeza las llaves y abrió apurado los candados, pues Amancay pronto volvería. Una vez abiertos los candados corrió el pasador, tomó aire y abrió la puerta.




No me gustan los finales abiertos, pero esta historia nunca tiene final.

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