28 mayo, 2019

Las notas de su voz

Se acercó, tomó su mano y depositó en ella la copa. Ella le agradeció y dio un sorbo. Era un vino dulce y aromático, muy rico. Miguel tarareó una melodía sin darse cuenta, se le había ocurrido en la mañana de ese día y no había dejado de resonar en los ecos de su inconsciente. Ella le preguntó por esa melodía, él sonrió y se sentó al piano. Canturreó la melodía una vez más para analizarla brevemente y cuando encontró la tonalidad empezó a improvisarla sobre las teclas. A la muchacha le gustó la bebida, le gustó la noche, le gustó la melodía y le encantó él.
Mientras tocaba su melodía y trataba de desarrollar su armonía mientras la interpretaba, su concentración se enfocó en su oído y en los sonidos con los que el piano resonaba en la acústica del ambiente. Quizás fue eso lo que produjo que su alma quede desprotegida y vulnerable ante la sorpresiva y melosa voz de Micaela, que como sirena en alta mar comenzó a cantar retomando el motivo melódico que Miguel tímidamente intentaba componer en ese momento. Pocas veces dos personas pudieron conectar tan sistemáticamente como ellos lo habían hecho con esa improvisación, quizás porque los sentimientos son abstractos y eso hace que ponerlos en palabras sea tan difícil o como mínimo, inexacto. Las palabras pueden, con su mejor esfuerzo, tan solo llegar a una aproximación de lo experimentado, de lo sentido, de lo percibido y de su repercusión. La música es el lenguaje sin palabras, es la comunicación de sentimientos directos, una melodía puede llenar el corazón de una alegría inusitada e inexplicable y espontánea como así también puede empañar los ojos y desencadenar un desborde de lágrimas imprevisto e incontenible. Miguel la acompañó con el piano unos compases hasta que su atención se desvió por completo a ella. Fue ese momento donde todo se vuelve secundario e irrelevante, y hasta el mundo pareciera irrespetuoso por seguir girando como siempre. Cada nota que cantaba Micaela contenía en sí misma la ilusión de una vida que solo puede mejorar, pero también el arrastre de la tristeza de una vida difícil y costosa. ¡Quien pudiera cantar su sentir con esa sensibilidad sin sufrir el colapso de tanta pasión contradictoria!
Cuando Micaela interpretó las últimas notas de esa improvisada balada con esa dulzura nostálgica de un presente indefinido, Miguel se levantó de su asiento, la tomó suavemente de la mano y la besó tiernamente en los labios mientras acariciaba su cuello.
-Quiero que entres a mi mundo por completo-dijo Micaela- Quiero que sientas la vida como yo la siento. Apagá la luz por favor…
Y no volvieron a encender las luces en toda la noche.